"La vía propia de acción, ciencia y cultura, incluye la formación de una nueva ciencia, subversiva y rebelde, comprometida con la reconstrucción social necesaria, autónoma frente a aquella que hemos aprendido en otras latitudes y que es la que hasta ahora ha fijado las reglas del juego científico, determinando los temas y dándoles prioridades, acumulando selectivamente los conceptos y desarrollando técnicas especiales, también selectivas para fines particulares."
Orlando Fals Borda, ¿Es posible una sociología de la liberación?

"La ciencia política está enferma, su actividad servil y mísera, su propuesta innovadora es vil."
Antonio Negri, El monstruo político.

1. Preliminar

En todas las épocas, comenzando por la más remota antigüedad, La Política ha sido objeto de las más diversas provocaciones.

Desde los antiguos aforismos sapienciales, pasando por la sistematización filosófica moderna, ó más recientemente bajo el influjo contemporáneo del pensamiento dominante y su pretensión de indagación “científica”, las maneras de comprender y los modos de reflexionar sobre La Política testimonian una preocupación constante. También bastante polémica.

Este impulso, visto a lo largo del desarrollo de la historia del saber político permanece hasta ahora como un hecho incontestable. Precisamente, la posibilidad de contar con un análisis de La Política rigurosamente científico es el nudo gordiano que sigue generando las más diversas controversias.

Al examinar la relación histórica entre la producción del conocimiento y la constitución de un marco para el pensamiento político bajo el discurso de la Ciencia, el cual no sobra decir, encuentra su sustento actual en las convicciones y presupuestos típicos de la Razón y la Lógica modernas y que, hoy en medio de la crisis profunda en la que parece debatirse, se podría señalar que la llamada “ciencia política” en general no sólo estaría, como sugestivamente plantea Negri, enferma sino que además - habría que añadir - resultaría anacrónica y obsoleta, epistemológicamente hablando.


Es más. Se podría sospechar que la actividad servil en la propuesta “innovadora” que se le imputa, estaría muy relacionada con este (in)suceso. A propósito de las discusiones en torno a la necesidad de reactualizar la política como ciencia, por lo menos cuatro respuestas han intentando desatar este debate. La primera alternativa se inscribiría en torno a cierto postmodernismo vulgar -para diferenciarlo del llamado pensamiento postmoderno en general. Esta postura, extremista en su “crítica” al pensamiento clásico y a la ciencia tradicional y un énfasis exuberante sobre el final de las meta-narraciones -entre ellas, la fe en la razón-moderna-, sugiere para este asunto una especie de fuga mundi. Parafraseando a Joseph Fontana, este viraje a la postmodernidad - para el caso de la reflexión política - traería consigo un exagerado reduccionismo relativista que haría imposible cualquier empresa científica, instalando una solución peligrosamente irreflexiva.

Existe una segunda respuesta que considera esquemáticamente una separación casi irreconciliable entre el estatuto científico de las ciencias naturales y las sociales, división que rememoraría esa vieja distinción decimonónica entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura. Subraya la infranqueable especificidad del fenómeno social-humano y una ruptura epistemológica fundamental -o, si se quiere, una discontinuidad- entre las diferentes maneras de producción del conocimiento, la delimitación de los objetos de estudio, las metodologías, en fin, diversos obstáculos que harían frívolo cualquier intento por lograr un discurso científico en general y sin adjetivos, así como también una relación dinámica entre el mundo del conocimiento “artificial/humano/social” y el “natural” (no-humano).

A pesar de que esta postura encara efectivamente los mínimos del debate y avanza en muchos aspectos, la ambigüedad con la cual se relativizan y aíslan algunas cuestiones - entre ellas, la separación tajante entre cultura/naturaleza – impone la presencia de un relativismo moderado que - aunque plantea interesantes progresos en las discusiones - sigue entrabando la integración actualizada del saber político a partir de conocimientos logrados desde “otras” ciencias. Parecería que, en este sentido, no habría salidas alternativas en la articulación de la ciencia política por fuera de las ciencias sociales. Esto preventivamente implica serios riesgos de anquilosamiento para el pensamiento político, más si se tiene en cuenta el panorama intelectual y los paradigmas vigentes que prevalecen en el ambiente disciplinar.

Otra postura exhibe una tercera posición: confiesa la posibilidad de tomar estratégicamente aportes hoy por hoy disponibles desde “las nuevas orientaciones del pensamiento científico más avanzado” -las mal-llamadas “ciencias duras”- e incluso prevé que ello propiciaría una apertura epistemológica de la teoría social.


Para leer el resto del artículo descargar el PDF aquí.


Con la tecnología de Blogger.