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A diferencia de la ciencia política (en el sentido “más técnico y preciso” del término del cual nos hablaron Bobbio, Mateucci y Pasquino 1993), la teoría política no aspira a la precisión descriptiva ni a la capacidad predictiva. Recordemos que estos autores diferencian entre “ciencias políticas”, en el sentido de discursos basados en un “estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad y con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuesto con argumentos racionales”, por una parte, y “ciencia política” por la otra, término que “en sentido estricto y técnico designa a la “ciencia empírica de la política”, o a la “ciencia de la política” conducida según la metodología de la ciencia empírica más desarrollada, como en el caso de la física, de la biología, etc.” Según esta distinción, las primeras pueden desarrollarse fundamentalmente por medio de la argumentación, mientras que la segunda hace uso primordialmente de métodos cuantitativos. Los teóricos políticos, encuadrando su quehacer en las “ciencias políticas” en sentido amplio, no se ocupan de la medición científica de fenómenos empíricos, sino del desarrollo de conceptos y del debate normativo. Esto no quiere decir, sin embargo, que la teoría política sea mera especulación, o que se pueda prescindir de ella. Por el contrario, se trata de una disciplina de vital importancia, como lo demuestra la influencia decisiva que (para bien o para mal) han tenido las ideas teóricas en el curso de las acciones políticas del último siglo.
Seguramente un documento teórico no es suficiente para que se origine un movimiento social; al mismo tiempo, parece innegable que una vez existen las condiciones sociales y culturales que permiten que ocurra una movilización política de un sector social amplio, la teoría puede ser fundamental para alimentarlo, y en el caso de feminismo, lo fue. Pero un planteamiento teórico no sólo puede influir políticamente en la medida en que provoque o alimente eventos colectivos. La teoría sirve, por una parte, para dar solidez y legitimidad a los esfuerzos políticos, y también para orientar las reivindicaciones que se perseguirán, o las alianzas que se formarán. Como en muchos otros movimientos, ha habido debates teóricos que han cambiado el curso ideológico y práctico del movimiento feminista, al menos en algunos países. Sin embargo, aún cuando no tenga consecuencias directas en acciones colectivas específicas, una posición teórica fuerte es ya un hecho político. Como lo dice Louise Turcotte (una autora con quien tenemos profundas diferencias en otros sentidos) el trabajo teórico y el político deben entrecruzarse: “Cuando el acuerdo político se logra, el curso de la historia ya ha sido alterado” (Turcotte 2006, 14). Nos ocuparemos, entonces, de algunas tendencias actuales de la teoría feminista en el marco de los movimientos políticos con los cuales se relacionan más estrechamente.
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