1. Algunas claves de lectura acerca de un itinerario ambigüo y cambiante

Durante el período investigado, puede decirse que la voz “democracia” no tuvo una presencia siempre hegemónica dentro de los principales conceptos que caracterizaron los lenguajes políticos desplegados en Iberoamérica. Sin embargo, resulta visible que su uso se fue popularizando en forma progresiva, sufrió resignificaciones de importancia y se ubicó en una cada vez más extensa y compleja red conceptual, dentro de la cual fue configurando sus diversos sentidos, sus ambigüedades y su radical polisemia. Estos perfiles e itinerarios de cambio no sólo marcaron sus “usos” en términos de significación, sino que también jalonaron su suerte en la clave de la disputa política sobre sus cargas valorativas. En el marco de un pleito que se hizo frecuente, estas alternaron entre el rechazo y la aceptación, entre el recelo acérrimo y el incipiente prestigio. Estas ambivalencias fueron proyectándose en la perspectiva de un sustantivo que ya por entonces comenzó a “requerir” cada vez más de adjetivos, siempre de acuerdo a los intereses y visiones de los actores en juego.

Como se verá, las trayectorias en los usos de la voz se perfilaron a menudo en relación directa a las tradiciones o resonancias históricas invocadas. En el siglo XVIII, democracia connotaba muy prioritariamente un régimen político perteneciente a la Antigüedad clásica, una de las tres formas de gobierno junto a la monarquía y a la aristocracia, signada tanto por la idea de la participación popular directa como por su escasa viabilidad práctica y su deriva frecuente a la anarquía. La etapa jacobina de la Revolución Francesa no hizo más que profundizar el temor de los conservadores frente a su simple invocación, asociándola al imperio del “tumulto popular”, del despotismo propio del “terror” revolucionario y del radicalismo “demagógico”.

En Iberoamérica fue la crisis de la Monarquía la que impulsó un uso mucho más frecuente del concepto entre los actores políticos enfrentados durante las guerras de la Independencia. Fue en efecto el marco de ese conflicto polivalente el que reformuló sus perfiles controversiales en perspectivas bastante diferentes a las devenidas en toda Europa tras la fase “robespierriana” de la Revolución francesa. Esto llevó a que su uso
pronto trascendiera en Iberoamérica los diques de una visión monolíticamente crítica sobre el término democracia, lo que generó matices y hasta visiones contrapuestas, fruto más de la pugna política que de la confrontación ideológica estricta. Las luchas políticas y la diversidad de intereses enfrentados dentro del “turbión” revolucionario llevaron a los propios actores a reubicarse en relación al tipo de uso político de la voz de acuerdo a sus posiciones de coyuntura.

Así se perfilaba la trayectoria del uso de la voz democracia cuando su progresivo cruce con la compleja cuestión de la representación terminó por complicar aun más todo el campo semántico de su utilización. Sin embargo, fue esa misma circunstancia la que permitió la viabilidad de su expansión. Como se verá más adelante, la tensión estos dos conceptos tradicionalmente incompatibles en la teoría política de la Antigüedad clásica, dio lugar en forma progresiva a intentos más o menos afortunados por arraigar un
sintagma totalmente nuevo –y de difícil o imposible implantación por entonces- como fue el de “democracia representativa”. En su formulación más específica y consistente, este devino en Iberoamérica en forma muy posterior, pero ello no evitó que en el siglo XIX, entre los conceptos de democracia y representación se produjeran experiencias diversas de aproximación e intersección. Si se aceptaba la noción de que se podía ir hacia una forma de régimen de gobierno “mixto” o “combinado”, la adscripción rígida de la voz “democracia,” asociada con el poder ilimitado del pueblo, podía dejar lugar a una visión de mayor moderación, en la que la representación implicara una suerte de atenuación “aristocrática” o elitista del “gobierno popular”.

Si el cruce con la cuestión de la representación promovió una resemantización intensa de la voz democracia, nada menor fue el impacto de sus relaciones no menos tensas y complejas con el concepto “liberalismo”. Aunque sobre este último se impone en el período estudiado un fuerte pluralismo desde el punto de vista ideológico, en el furor de las luchas políticas, el cruce de ambas voces se articuló también con la tensión entre moderación y radicalismo, en procura de alternativas modernas a la visión clásica de una suerte de “autogobierno popular” que devenía casi en forma ineluctable en despotismo revolucionario “a lo Robespierre”. Si resultaba casi imposible conciliar democracia y representación, la reelaboración de una nueva combinatoria de sentidos políticos que convergiera en la noción de una “democracia liberal” en la Iberoamérica del siglo XIX no resultaba una empresa menos ardua. Sin embargo, la entidad política y conceptual de los asuntos que provocaban ese cruce, así como la aproximación en el terreno práctico de estas voces, fueron de tal relevancia que finalmente sí pudo producirse un conjunto variado y cambiante de formulaciones híbridas y de conexiones político-intelectuales entre las mismas.


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